sábado, 11 de septiembre de 2010

Sobre la Obra de Lalo Herrera

Para muchos es un compositor anónimo, porque en sus composiciones no buscó la publicidad, sino que fueran el espacio para plasmar el amor a su tierra natal y a su identidad.

Como alfarero del canto, modeló en su abecedario joven, la greda antigua que perfiló su esencia y de ese cántaro fresco nutrió su silvestre idioma.

Lalo no dejaba jamás de sorprenderse frente a un nido con pichones o las dulces promesas de las abejas del campo.

En el patio fresco de su casa elevo los más altos sueños. Y en La Plata, su tierra de adopción, encontró almas paralelas para regresar en el canto, en la figura de “Los Fogoneros”.

Sus años dedicados al canto, al estudio de la música y a componer, trascendieron el círculo íntimo del folklore platense donde siempre se lo valoró y requirió.

Al asumir su compromiso como poeta, sabía que estaba anudando a su destino a la trama infinita de la palabra. Como dijo María Elena Barrionuevo “sabía además, que el río pasa, las piedras no… y vivía con la premura de su propio río interior, en la necesidad de dejar un poco de su vida en cada nota y toda su música en el claro pentagrama de sus horas”

Grupos como Los Chalchaleros captaron su sensibilidad de poeta y lo incluyeron entre sus compositores, y Los Zorzales grabaron temas de él.

Posteriormente jóvenes como Federico de la Vega, que no llegaron a conocerlo, también grabaron y se enamoraron de su obra.

Nos dejo de enseñanza, que el tenaz viento seguirá afinando su violín en los alambrados. Y su palabra, que abrió una brecha azul en las latitudes del canto, y que será por siempre un himno de la vida a la vida.

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